Hoy ha sido un buen día, un gran día, agotador, sí, casi interminable, pero extraordinariamente reconfortante, de esos que hacen que uno se sienta orgulloso de su trabajo, satisfecho de su trabajo, orgulloso y satisfecho del trabajo de quienes trabajan con él y del trabajo de las personas para quienes trabaja; hoy es uno de esos días en los que al maestro no le importa dejar de lado la modestia, porque cuando el trabajo está bien hecho, está bien hecho, y 

¡Que le den a la modestia hoy!...
Como todos los días el trabajo comenzaba algo pasadas la ocho y media, me gusta llegar con tiempo al colegio, en Alcolea, abrir (suelo ser la primera persona que llega), preparar el aula..., luego la jornada, las clases; por la tarde, en Fondón tocaba hoy, preparar trabajo, reuniones, de ciclo, general..., comentarios con compañeras y compañeros, especialmente con quienes comparten centro en Alcolea (ya pensando en el próximo curso, proyectos, actividades formativas, grupos de trabajo...).
La jornada oficial terminaba a las siete y diez de la tarde, la oficial; porque nos quedaba lo más importante de hoy, de ese gran día, agotador, sí, casi interminable, pero extraordinariamente reconfortante: a las siete y cuarto habíamos quedado con el alumnado, en Alcolea, para la primera asamblea después de habernos constituido en cooperativa de tiempo hace unos días; la respuesta, la actitud, la presencia, la mirada, las intervenciones... del alumnado han sido magníficas, geniales, casi me hacen sublimar a las nueve menos cinco de la noche cuando salíamos del colegio camino de casa.
¿Vanidad de vanidades?, no, realidad de realidades; y ¡que le den a la modestia hoy!...
¡¡Un puntazo!!